A juzgar por las apariencias, no podría haber sido más inocente. El vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, publicó el 16 de junio una nota de opinión en The Wall Street Journal en la que afirmó que no iba a haber una segunda ola del Covid-19 en el país.
Días después de esa afirmación, estalló un severo conflicto en el principal diario de economía y finanzas del país, que es afín al presidente Donald Trump. Resulta que el artículo de Pence usó información sin respaldo que contradecía las estadísticas oficiales. Y además, el mismo Wall Street Journal días antes había informado que la propagación del virus se estaba acelerando.
Ofendidos, casi 300 periodistas del diario enviaron una nota a la autoridad máxima del medio, Almar Latour, quejándose por los errores en la página de opinión, que acepta artículos externos y es manejada con independencia del área de noticias.
“Como periodistas, y creyentes en la Primera Enmienda (que garantiza la libertad de prensa), nos consta que una página de opinión sirve para compartir opiniones”, dijeron los periodistas.
“Empero, la falta de fact-checking (averiguación de los hechos) y transparencia por parte de la sección de opinión, y su aparente desprecio por la evidencia, debilita la confianza que nuestros lectores tienen en el medio y también nuestra credibilidad como fuentes de información”.
El incidente fue el más reciente de una seguidilla de reclamos hechos por los periodistas del Wall Street Journal, y otros medios como The New York Times, contra las personas responsables de las páginas de opinión de sus medios.
Algo similar ocurrió en la Argentina cuando los periodistas del diario La Nación se manifestaron contrarios a posiciones adoptadas por la página editorial de medio, que en 2015 salió en defensa de los acusados por violaciones a los derechos humanos durante la última dictadura militar, y en 2019 glorificando la maternidad infantil.
No obstante, los hechos en Estados Unidos se encuadran dentro del marco de un fenómeno mucho más amplio y profundo en que el periodismo reflexiona sobre los límites de su rol en una era signada por la proliferación de la desinformación y los altos niveles de fragmentación política.
En ese contexto, muchos periodistas y observadores del periodismo se preguntan:
- ¿Hay ideas y hechos que no son discutibles? ¿La tolerancia al otro tiene límites?
- ¿Cómo debería un medio periodístico manejar una nota de opinión de un tercero fundamentada en datos falsos? ¿La debería verificar con más cuidado que una red social?
- ¿Cuáles son los valores compartidos por la sociedad que sirven como base para las discusiones?
- ¿Cómo se debería informar sobre las declaraciones y acciones de autoridades que se basan en datos y afirmaciones claramente falsos?
Con la pandemia como agravante, el telón de fondo de esta situación es la presidencia de Donald Trump, acusado de haber mentido más de 20.000 veces en los tres años y medio de su presidencia; las prolongadas protestas contra el racismo, que representan un cuestionamiento de los valores básicos de la sociedad; y el ruido de fondo de las redes sociales, amplificadores de odio, división e información falsa.
«La junta editorial del Wall Street Journal agregó que la protesta de los periodistas -contra una nota de opinión de Mike Pence- quizás era inevitable, visto la ola progresista de cancel culture invadiendo a las instituciones empresariales, académicas, culturales y periodísticas de la sociedad«
Por un lado, el caso del Wall Street Journal es ilustrativo de los contornos de la discusión.
La junta editorial, responsable por la página de opinión, respondió al reclamo de los periodistas con una carta a los lectores del medio, asegurándoles que la sección de opinión iba a seguir publicando a diversas voces de la sociedad a pesar de la “cultura progresista de conformidad e intolerancia” ejemplificada por sus propios periodistas. No hizo mención a los errores ni a las contradicciones.
Seguramente fue la primera vez que alguien acusó a los periodistas del Wall Street Journal de ser progresistas.
Luego, la junta editorial agregó que la protesta de los periodistas quizás era inevitable, visto la ola progresista de cancel culture invadiendo a las instituciones empresariales, académicas, culturales y periodísticas de la sociedad.
Es casi imposible traducir el significado de cancel culture en pocas palabras. Se refiere a acciones, originalmente iniciadas en las redes sociales, para criticar, boicotear o escrachar a personas u instituciones por violaciones a normas sociales del presente, aun cuando hayan sido realizados en tiempos pasados.
Una de las manifestaciones más recientes del cancel culture acompañó las protestas de este año contra el racismo.
Exponentes del movimiento Black Lives Matter lograron desplazar de lugares de privilegio en espacios públicos a estatuas de generales del ejército de secesión que buscó entre 1860 y 1865 defender el derecho de los estados de sur de seguir con su política de esclavitud. En otro ejemplo, HBO Max retiró la película Lo que el viento se llevó de su oferta de films clásicas por su glorificación de la esclavitud.
En medio de las protestas contra el racismo, los periodistas de The New York Times ya se habían rebelado contra la inclusión en la página de opinión de una nota en la que el senador republicano Tom Cotton propuso que el gobierno federal movilice tropas para sacar a los manifestantes de las calles.
«En medio de las protestas contra el racismo, los periodistas de The New York Times ya se habían rebelado contra la inclusión en la página de opinión de una nota en la que el senador republicano Tom Cotton propuso que el gobierno federal movilice tropas para sacar a los manifestantes de las calles»
Los periodistas escribieron una carta al editor del diario diciéndole que las descripciones del senador sobre el caos provocado por las manifestaciones “viola nuestros estándares de informes éticos y veraces” en el interés público.
Luego, Wesley Lowery, un periodista negro del mismo New York Times, que ganó el Premio Pulitzer dos veces, escribió una columna en que dijo que el periodismo, aun cumpliendo con los procesos profesionales de verificación y balance, debería iluminarse con “claridad moral” en sus decisiones sobre qué publicar.
Vince Bzdek, editor del Colorado Gazette, respondió: “Respeto mucho a Wes como periodista, pero esto es peligroso para mí. Es posible que mi claridad moral no sea la suya, y es así aun si quisiéramos creer que hay una claridad moral para el mundo”.
Es allí donde radica gran parte del problema para el periodismo en este momento: la falta de denominadores básicos y comunes.
En este mundo convulsionado por las campañas de odio y desinformación en las redes sociales, el periodismo está llamado por la sociedad a ser un refugio donde el público pueda encontrar en lenguaje compartido por todos información veraz, que busca respaldar los principios básicos de la sociedad democrática.
Es una gran responsabilidad ya que los estudios muestran que información, aún falsa, publicada en los medios formales, tiene mayor posibilidad de propagarse rápidamente en las redes sociales.
Es precisamente lo que pasó en junio. Una de las notas más exitosas del Wall Street Journal de ese mes en su tráfico en las redes fue el artículo de opinión El mito de racismo sistemático de la Policía, una nota repleta de errores, cuyas conclusiones fueron negadas por las personas y autores de los estudios citados como evidencia.
¿Puede un medio darse ese lujo de publicar este tipo de desinformación, sin parecerse a la selva de las redes y perder su credibilidad, todo en nombre de la pluralidad de voces? ¿Qué cosa debería excluir? ¿Cuál es el límite?
Un grupo de 156 periodistas, escritores e intelectuales a principios del mes abordaron el tema y alertaron de que, a pesar de los riesgos de error, el periodismo no debería caer en la trampa de reducir temas complejos a argumentos con “una certeza moral cegadora”.
“Las fuerzas del antiliberalismo están ganando volumen en el mundo y tienen un aliado potente en Donald Trump, quien es una amenaza real para la democracia,” dijeron en una declaración publicada en la revista Harpers. “Pero no deberíamos permitir que la resistencia se endurezca en su propia marca de dogma y coerción, lo que ya está siendo aprovechada por los demagogos de derecha”.
Aun así, para muchos periodistas es difícil divisar el camino a tomar.
«Una de las notas más exitosas del Wall Street Journal de ese mes en su tráfico en las redes fue el artículo de opinión El mito de racismo sistemático de la Policía, una nota repleta de errores, cuyas conclusiones fueron negadas por las personas y autores de los estudios citados como evidencia#
Uno de los aprendizajes del periodismo del siglo pasado fue que la búsqueda de la verdad, el norte máximo del periodismo, no necesariamente implicaba tomar las dos visiones predominantes sobre un tema y contrastarlos.
Después de años de citar los argumentos de la industria de tabaco, que afirmaban en base al testimonio de supuestos expertos que el tabaco no producía cáncer, los periodistas se dieron cuenta que esa industria les estaba haciendo el juego.
Repetir el argumento de los tabacaleros para cumplir con el rito de darle una visión contraria de balance, en pos de una supuesta objetividad, desviaba al periodista de su misión de acercarle al lector la verdad. Lo que ofrecía la industria era conocido como una falsa equivalencia y era peligroso.
“Ya no sirve informar sobre los hechos con honestidad,” dijo en 1947 el Informe Hutchins, un histórico estudio sobre el rol del periodismo en la sociedad. “Ya hay que informar la verdad sobre los hechos”.
Tres estudios dados a conocer en julio mostraron qué pasa cuando el periodismo no toma un rol activo en contar la verdad. Estos estudios encontraron que la audiencia de Fox News y otros medios “conservadores”, que habitualmente son por lo menos acríticos en la cobertura de Trump eran más proclives a no tomar medidas para protegerse del covid 19.
“Cuánta gente murió debido a la deshonestidad ruda de Fox News Channel”, preguntó Steve Schmidt, un conservador anti-Trump en un intercambio por Twitter con el periodista Brit Hume de FOX. “¿A cuántos estadounidenses les dijeron desde su canal que el covid era una farsa?”
Daniel Patrick Moynihan, fallecido senador por Nueva York, dijo en 1983 que, “Cada uno puede tener sus propias opiniones, pero no sus propios hechos”. A la luz de los hechos, parece que la máxima de Moynihan en esta época no se cumple y los ciudadanos del país se enfrentan con un cúmulo de información sobre supuestos hechos, que son totalmente contradictorios.
“El resultado no sólo es que las personas no logran captar la información fáctica básica que necesitan para cumplir su rol como ciudadanos”, escribió la historiadora Sophia Rosenfeld en su libro, Democracia y verdad: una historia corta.
“Terreno común –ese reino donde se comparte en su mínimo nivel el sentido común que se necesita para tener una conversación seria en el escenario público con un interlocutor al azar- se hace imposible encontrar”.
En resumen, están en juego los valores básicos de la democracia. Uno entiende que no deberían estar en discusión, pero hay dudas. Esas dudas alimentan la resistencia de muchos periodistas, que buscan cómo reencauzar el discurso público hacía un lugar de respeto a la verdad, a las premisas básicas de la sociedad y a las personas.
John Reichertz es periodista, fue director de la agencia Reuters en Buenos Aires y es miembro del Foro de Periodismo Argentino (Fopea)
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