En septiembre de 2021, un grupo de pilotos de la fuerza aérea de Estados Unidos finalmente recibió el reconocimiento por ser en 1949 los primeros ganadores de la competición Top Gun, figura inmortalizada por Tom Cruise en la película homónima.
Tardó 72 años para que el mérito por ser los mejores aviadores de caza de ese año fuera reconocido.
Durante casi todo ese tiempo los archivos oficiales no tenían registro de quienes habían ganado la competencia ese año.
Resulta que los ganadores, pilotos de P-47 Thunderbolt, no eran la imagen y semejanza de Tom Cruise. Pertenecían al famoso escuadrón 332°, Tuskegee, integrado exclusivamente por negros, como resultado de la segregación que existía en las fuerzas armadas de la época.
La Segunda Guerra Mundial abrió las puertas a oportunidades para los negros y las mujeres, que fueron incorporados en forma selectiva al esfuerzo bélico, cumpliendo roles antes vedados. Pero con el final de la guerra, las puertas se cerraron nuevamente.
Después de la guerra, sólo uno de los 600 integrantes del escuadrón Tuskegee logró el pase a la aviación comercial, y eso fue casi 30 años después. El desconocimiento del mérito en la prueba Top Gun es emblemático de la discriminación que existía.
“Los aviadores Tuskegee eran jóvenes afroamericanos, decididos a ser pilotos de aviación, que se toparon con obstáculos como la creencia generalizada de que la gente negra no podía aprender a volar ni a manejar aviones sofisticados,” escribió el Aviador de Primera Clase Zachary Rufus en una nota sobre la premiación en el sitio de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos.
El Tte. Cnel. James Harvey III, uno de los miembros del escuadrón, dijo al recibir el galardón: “No se suponía que fuéramos capaces de ser pilotos de aviones, no se suponía que fuéramos capaces de ganar esta competición, pero lo hicimos y fuimos los mejores”.
El caso de “discriminación negativa” al Escuadrón 332° ofrece un contrapunto al caso de la Tte. Kara Hultgreen, primera aviadora de caza de portaaviones de la Armada de los Estados Unidos, el caso que usó Leonardo Orlando en un artículo en la Revista Seúl para advertir sobre los peligros de la “discriminación positiva”.
En la intersección de los dos casos encontramos el nudo de la discusión sobre wokismo, término multifacético en la cacofonía política actual. Para algunos sectores de la derecha, el wokismo se ha convertido en la razón de todos los problemas del Occidente desde la pérdida de identidad cultural, de género y hasta supuestos derrumbes catastróficos de fuerzas armadas, economías y empresas.
En sus orígenes, el wokismo era un término que hablaba de un reconocimiento de injusticias sociales históricas que limitaron las oportunidades sociales y económicas de distintos grupos de personas, por raza, género o religión, generalmente.
La segunda parte del wokismo, y la más polémica, son las acciones y políticas para nivelar el campo de juego, eliminar la discriminación y asegurar la igualdad de oportunidades a los grupos que han sufrido obstáculos presentes e históricos a su desarrollo.
Para el movimiento anti-woke, el wokismo es una política para colocar a la fuerza a las minorías, principalmente negros y mujeres, sin mérito, en posiciones de responsabilidad, injustamente denegando acceso a esos puestos a hombres blancos con mejores calificaciones, complicando la operatoria de todo tipo de organizaciones, y hasta debilitando la seguridad nacional.
La política habitualmente asociada con el wokismo lleva el acrónimo DEI, por Diversidad, Equidad e Inclusión.
En ese sentido, Orlando sostuvo en Revista Seúl que la Armada estadounidense, en su afán de promover a una mujer para cumplir con la política de integrar a las mujeres a las fuerzas de combate, obvió malos resultados en pruebas de aterrizaje de la Tte. Hultgreen, que la hubieran dejado sin posibilidades de seguir adelante, por lo menos como piloto de caza de portaaviones.
Como resultado de este wokismo, según Orlando, la Tte. Hultgreen murió en 1994 en un intento fallido de aterrizar su F-14 Tomcat sobre la pista del portaaviones Abraham Lincoln. Anteriormente, había logrado 58 aterrizajes exitosos en portaaviones.
«¿Por qué la Armada de los Estados Unidos le dio el mando de una máquina tan compleja como mortífera a alguien que no había alcanzado los mismos estándares requeridos a sus pares para ocupar ese lugar?”, se preguntó Orlando.
Como temía Hultgreen, cualquier error de su parte sería usado en contra de todas las mujeres que aspiraban a ser pilotos. Sobre un incidente anterior, en que Hultgreen se negó a eyectarse del avión para salvar su vida, dijo: “Todas las mujeres que son pilotos hubieran sufrido si me hubiera eyectado”.
En lo más básico, el resultado de la muerte de Hultgreen fue un debate sobre si la Armada, en este caso, usaba los mismos estándares y parámetros para evaluar a los pilotos mujeres y hombres. Las acusaciones iban desde que Hultgreen fue beneficiaria y, a la vez, víctima, de “discriminación positiva”, que las mujeres no tenían aptitud ni capacidad para pilotear aviones de guerra y hasta por razones cristianas, no debían tener roles de combate.
Dejo unos links (aquí, aquí, aquí y aquí) sobre la notable carrera de la Tte. Hultgreen, además de la referencia de que desde la Segunda Guerra Mundial los aviadores navales han sufrido más muertes al intentar aterrizar sobre portaviones que muertes en acciones bélicas y que 10 pilotos hombres murieron en accidentes de entrenamiento del F-14 entre 1992 y 1994. Agregaría, que aún hay debate sobre si la Armada le dio trato preferencial a Hultgreen.
Hoy, las mujeres representan solamente un 6 por ciento de la población de pilotos de caza en las Fuerzas Armadas de los Estados Unidos, mientras son el 50,8% de la población. Solamente el dos por ciento de los pilotos de la Fuerza Aérea son negros, a pesar de que los negros representan el 13,4% de la población. En el área de aviación civil, solamente 3,4% de los pilotos son afroamericanos, y 4,6% son mujeres.
Con estos porcentajes tan bajos, sería muy complejo quejarse sobre los excesos de las políticas de DEI, por lo menos en este ámbito, a menos que uno quisiera sostener en contra de la evidencia acumulada, que ni las mujeres ni la gente negra, por su género o raza, tienen las capacidades necesarias para pilotear aviones, o especialmente, aviones de guerra.
El presidente Donald Trump, que atribuye su victoria en las elecciones presidenciales de 2024 a su posición anti-woke, afirmó a principios de mes que el accidente aéreo entre un helicóptero militar y un avión comercial, que dejó 67 muertos, fue el resultado de políticas DEI.
Resulta que el piloto del helicóptero militar era una mujer con 450 horas de vuelo en su historial. Trump, en la única referencia concreta a la causa del accidente dentro de su arenga anti-DEI. Dijo: “Tuvimos un problema con el piloto desde el punto de vista del helicóptero”.
La investigación del accidente está en curso y no hay ninguna determinación fundada, hasta ahora, de la causa, o las causas, del desastre.
“Sus ataques a la diversidad, la equidad y la inclusión no tienen que ver con un programa en particular ni con un acrónimo: son sólo un sustituto suavizado de los comentarios racistas que ya no se pueden decir abiertamente”, dijo Margaret Huang, presidenta y directora ejecutiva del Southern Poverty Law Center, durante una llamada con líderes de derechos civiles después de los comentarios de Trump.
“Pero el mensaje es el mismo: las mujeres, las comunidades negras y morenas son inherentemente menos capaces y, si ocupan puestos de poder o autoridad en el gobierno o las empresas, debe ser porque se rebajaron los estándares”.
Leonardo Orlando, en Revista Seúl, al analizar la victoria de Trump, no titubea en lanzar la temaría afirmación de que el electorado “anti-casta” de los Estados Unidos lo eligió por “los fracasos más estrepitosos de la era” del wokismo, culpa del Partido Demócrata y los graduados universitarios. Las políticas de DEI, a la vez, habrían llevado al Occidente en camino al “abismo”.
Dramático, ¿no? Quizás Argentina, ¿pero Estados Unidos?
Durante las últimas décadas las políticas DEI no solamente fueron implementadas en el gobierno, sino que también fueron implementadas por empresas, muchas de los cuales las ven como elementos críticos de su éxito.
Entre las empresas que reafirmaron sus políticas DEI después de la elección, fueron algunas grandes como Apple, Cisco, Costco, Delta, American Airlines, Microsoft, JP Morgan Chase, Nasdaq y Salesforce.
La jefa de Nasdaq, Adena Friedman, dijo a Axios que las políticas DEI son buenas para los negocios. “La diversidad de punto de vista, y diversidad de antecedentes, en verdad nos hace una empresa mejor, y nos hace funcionar mejor. Así que vamos a continuar operando de esa manera.”
No obstante, muchas empresas están revisando o dando de baja sus políticas DEI a la luz del fallo de la Suprema Corte de Justicia de 2023, que, en línea con la Ley de los Derechos Civiles de 1964, prohibió a las universidades favorecer a, o discriminar en contra de potenciales alumnos en base a su raza, religión o género. O sea, prohibió discriminación negativa y también la positiva.
Para contextualizar el triunfo de Trump, frente a las afirmaciones de Leonardo Orlando en la Revista Seul me remito a dos fuentes. Son el Pew Research Center y luego la revista de la Escuela Booth e Negocios de la Universidad de Chicago, una fuente de gran reconocimiento dentro del conservadorismo.
Las dos quitan fuerza a la idea de que Trump tiene un mandato claro para llevar adelante su agenda anti-DEI.
El centro Pew, en una encuesta en los lugares de trabajo en noviembre del año pasado, encontró que 52% de los trabajadores creían que las políticas DEI eran una cosa buena. El apoyo, de todos modos, cayó 4 puntos con respecto de la edición anterior, principalmente entre trabajadores republicanos.
A su vez, el artículo de la revista de la Escuela Booth no menciona el tema de la guerra cultural como motivo de la victoria de Trump, sino que sostiene que a primera vista parece tener una lógica contradictoria.
“La economía ha sido excelente bajo (el presidente Joe) Biden, por eso ganó Trump”, reza el título de la nota, que analiza los resultados de elecciones presidenciales en los últimos 89 años. “Nuestra tesis principal es que una economía fuerte favorece a los republicanos, y una economía débil favorece a los demócratas, sin importar quién es el presidente en el poder”, dijeron los autores, Lubos Pastor y Pietro Veronesi.
“Resulta que cuando las cosas andan mal, el pueblo y los empresarios buscan los programas de ayuda estatal”, dijeron, hablando de los programas generalmente apoyados por el Partido Demócrata.
De hecho, el presidente Barack Obama, demócrata, ganó la elección del 2008 en plena crisis económica, y tuvo que pasar los siguientes ocho años de gestión salvando la economía nacional y mundial de la recesión y del colapso de empresas e instituciones financieras causado por el derrumbe de los bonos basura vinculados con la industria de las viviendas.
Inyectando miles de millones de dólares en la economía, el estado salvó a bancos, empresas de seguro y reaseguro, nacionalizó a dos organizaciones que daban liquidez al mercado de bonos hipotecarios y compró participaciones en empresas de la industria automotriz, entre muchos otros salvatajes.
El costo de la inversión del estado fue de hasta 23,7 mil millones de dólares, aunque mucho de este dinero fue recuperado en el tiempo como resultado del crecimiento económico. El costo al pueblo fue estimado en 17 mil millones de dólares, o una caída de 26% en la riqueza de los hogares, ya que millones de personas perdieron sus casas, sus hipotecas y sus empleos.
Recuerdo, en esa época, 2009, estando en una reunión con un pariente lejano, que trabajaba en un banco de inversión, y se quejó duramente que no iba a recibir su bono anual de US$ 125.000 dólares –el bono obviamente sería un premio por buenos resultados. Pero el pariente lejano, hombre blanco, se sentía con derecho de reclamar el bono, con o sin resultados.
La crisis fue el resultado de la avaricia, mezclado con la falta de acción por parte de los reguladores del mercado, mal manejo económico, especialmente de la política monetaria y financiera, y cambios estructurales en el sistema financiero que aumentaron el riesgo, y las posibilidades de ganancias en el corto plazo.
A pesar del tamaño del desastre, del mal manejo manifiesto de instituciones, mercados y empresas, nadie fue preso, y varios empresarios fueron despedidos con “paracaídas de oro”. Para fines de 2010, los más ricos ya habían recuperado sus fortunas.
¿Ameritaban ese trato con guantes de seda? ¿Hay un doble estándar con relación al mérito? ¿El estado puede salvar el pellejo de los ricos cuando provocan desastres, y merecen sufrir las consecuencias, pero no puede intervenir para asegurar igualdad de oportunidades a personas como mujeres o gente negra?
Al afirmar su respaldo a la Ley de los Derechos Civiles, uno de las primeras acciones del presidente Trump en su segundo mandato fue eliminar toda utilización de las políticas DEI en las Fuerzas Armadas.
Un video sobre la actuación de los aviadores Tuskegee y las mujeres aviadoras de la Segunda Guerra Mundial fue brevemente retirado de los cursos de entrenamiento de pilotos. La Fuerza Aérea luego aclaró que solamente retiró el video para adecuarlo a la orden presidencial, eliminando toda referencia a políticas DEI.
Algunos comentaristas aplaudieron las acciones de Trump, señalando que para impulsar la política DEI, en nombre de la equidad – la E en DEI- se disminuyeron los estándares básicos mínimos para el ingreso –generalmente de fuerza física – para abarcar una población más diversa, particularmente mujeres. Esto, afirman, debilitó la seguridad nacional.
Para otros, la fuerza física, es cada vez menos un factor clave en el poder militar.
Perdido en las discusiones sobre DEI y en cómo afrontar el legado de discriminación contra mujeres y negros, que es parte integral de la historia del país, aunque muchos de los anti-woke prefieren obviar como jugó en contra de los sistemas basados en el mérito.
David French, un columnista del New York Times, al analizar las políticas DEI escribió “que entre 1776 y la Ley de Derechos Civiles de 1964, Estados Unidos mantuvo un sistema de intolerancia legalizada defendida por la violencia del Estado y, en segundo lugar, que nuestra nación tiene la responsabilidad moral permanente de abordar las consecuencias de su propia opresión. Al mismo tiempo, podemos y debemos corregir las consecuencias de la injusticia histórica y contemporánea sin incurrir en más discriminación racial”, agregó.
Otros, del sector de Trump, no dudan en expresar con claridad sus motivaciones para oponerse a políticas DEI. Darren Beattie es uno, y fue contratado para ocupar un puesto de relevancia en el Departamento de Estado, cuyo ministro es el ex senador de raíces latinas, Marco Rubio.
Beattie, que fue despedido en 2017 como asesor de la Casa Blanca de Trump en su primer mandato, después de participar de un acto de nacionalistas blancos, dijo en las redes sociales unos meses atrás: “Para que las cosas funcionen, es necesario que los hombres blancos competentes estén a cargo. Lamentablemente, toda nuestra ideología nacional se basa en mimar los sentimientos de las mujeres y las minorías y desmoralizar a los hombres blancos competentes”.
Así, lo que propone French va a ser difícil. Un importante sector del movimiento anti-woke insiste en no dejar reflejar en los libros de enseñanza, o en cualquier libro, una visión realista de lo que ocurrió en el pasado, ya que prefieren defender una visión idealizada de los hombres blancos y cristianos que fueron artífices de la hasta ahora gran democracia de los Estados Unidos. No pasó nada. A la vez, ellos descansan en paz sabiendo que cuando menos lo ameriten, el gobierno va a salir en su rescate.
Aun así, creen que son los amos del universo, responsables absolutos de sus éxitos.
Pero, como escribió el poeta y metafísico John Donne en el siglo XVII, “nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo del continente, una parte de la masa.” Todos compartimos miserias y glorias, le debemos nuestro bienestar a una cuota importante de suerte, al aporte de positivo o negativo de antepasados y contemporáneos, como también a nuestras voluntades individuales. Entre todos, merecemos tratarnos bien. “La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; y por consiguiente, nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti», escribió Donne.
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