Todavía estamos impactados por la difusión que ha tenido ChatGPT, el flamante modelo de lenguaje lanzado por OpenAI hace apenas dos meses y, como en muchas otras apariciones de tecnologías o medios de comunicación disruptivos, la mayoría de las crónicas y opiniones han navegado entre los beneficios y los peligros de contar con herramientas de Inteligencia Artificial tan al alcance de la mano. Prometo que estas líneas no seguirán aquella dirección.

Estamos cansados de ver cómo las profecías agoreras compiten contra las más optimistas. Tal es así que se ha escuchado por ahí que ha llegado el fin de muchos trabajos intelectuales (desde el periodismo, hasta la docencia, entre muchos otros), tareas que serían reemplazadas en un futuro cercano por tecnologías de IA.

En esta visión, la IA es una “amenaza” para el estado de cosas tal como las conocemos y preanuncia un drama de carácter apocalíptico para la humanidad. Sin ningún prurito, en la vereda de enfrente, los “integrados” (Umberto Eco dixit), ven con exagerado optimismo la llegada de los modelos de lenguaje y aspiran a que sean puentes para “resolverlo todo”: crisis ambientales, económicas, políticas, culturales y morales. ¿Cuándo se gestaron estas imágenes en la mente colectiva?

Viaje a la Luna, de Georges Méliès (1902)

IA, cine y la imagen pesimista

No vamos a hacer aquí correlaciones lógicas falaces. Pero puestos a opinar, y como nos gusta mucho el cine de ficción, podríamos afirmar que este género centenario ha sido un difusor de diversas cosmovisiones sobre el rol que le cabe a la Inteligencia Artificial para el desarrollo humano. Veamos.

Una película legendaria de la historia del cine, Metrópolis (1927), de Fritz Lang, sentó algunas bases de un paradigma anticientífico en el cine. La fabulosa construcción del investigador enloquecido con su invento y la creación de un robot a imagen y semejanza de una de las co-protagonistas es tratado aquí como un canto a la deshumanización que genera el desarrollo tecnológico.

Metrópolis (1927), de Fritz Lang

En Metrópolis se mezclan conceptos e ideologías en boga durante aquella época de entreguerras. Hay clases dominantes y dominadas, con una excepción: la explotación del hombre ya no es ejercida por el hombre, sino por la máquina. Siete décadas más tarde, Matrix (1999) de Lana y Lilly Wachowski, retomarán el argumento. Ahora, es quizá 2001: Odisea del Espacio (1968, Stanley Kubrick), la representación más terrorífica de la Inteligencia Artificial que haya construido el séptimo arte. Una luz y una voz constituyen la amenaza impersonal que pone en peligro a la tripulación de la estación espacial. Sin dudas, Kubrick inaugura lo que será un discurso que asocia al desarrollo tecnológico con la tragedia psicológica y la pregunta sobre el devenir de la existencia y evolución de la humanidad en convivencia con máquinas pensantes. Estas líneas discursivas, pero desde un cine más comercial y masivo se repetirán en la recordada Skynet de Terminator y Terminator 2, Juicio Final (1984, 1991, James Cameron).

2001: Odisea del Espacio, Stanley Kubrick (1968)

Hacia un paradigma del copilot

Tal como anticipó  Satya Nadella, CEO de Microsoft, al presentar el nuevo Bing, la tendencia tras la irrupción de modelos de lenguaje como GPT, es incorporar la tecnología como un verdadero asistente de tareas, un copiloto cuyo rol, de ninguna manera, es reemplazar a la persona.

Este paradigma que hoy pugna por encontrar su lugar, tuvo su representación fílmica y fue quizá profetizada en algunas películas recientes. Pensemos en el Jarvis de Iron Man (2008, Jon Favreau): es un asistente virtual súper inteligente que colabora con Tony Stark en múltiples tareas. Lo ayuda a pensar, a validar o refutar hipótesis, a desarrollar prototipos de su armadura, entre muchas otras habilidades. Si bien Jarvis puede convertirse en una amenaza (cuando es atacado por un virus), su esencia es ser un fiel servidor de las personas.

Otra representación de la IA y de la asistencia virtual en plena empatía con los humanos fue Her (2013, Spike Jonze), un clásico para el universo chatbot, en donde la relación de una persona con la tecnología llega al paroxismo a través de un romance. En definitiva, los ejemplos de relaciones más entrañables y serviciales, digamos, optimistas acerca de la relación hombre-máquina son varios, incluso en el universo de las series televisivas de los años ‘80, como Max Headroom o Knight Rider.

Iron Man, de Jon Favreau ((2008)

Entonces, ¿cómo debemos entender la irrupción masiva de la Inteligencia Artificial? ¿Apocalípticos, Integrados? Vamos, no hay que ser tan fundamentalista. En estas ocasiones, como en otras, resulta más razonable caminar con precaución por la senda del medio, sin escatimar la curiosidad por experimentar y jugar con estas nuevas herramientas, pero poniendo el énfasis en los alcances y limitaciones para las que, hasta el momento, han sido diseñadas. No es un camino en solitario, tenemos un copiloto.

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