Es periodista especializado en cultura y política exterior. Reside en Francia desde 1995. Fue colaborador de Radar Libros y de los suplementos culturales de La Nación y Perfil. Fue corresponsal en París del diario Crítica de la Argentina. Desde 2002 trabaja en la radio pública francesa, donde se ocupa de la actualidad internacional. Es autor de La traición progresista (Libros del Zorzal/Edhasa, 2019).
En la segunda mitad de 2021 estuvo en TMT Conversaciones, hoy Conversaciones Convergentes, ciclo de entrevistas que se emite por Metro y UCLplay. Shapire describe la transformación de la izquierda, que pasó de emancipadora a canceladora, se refiere a la cultura como nuevo campo de batalla, a la «democratización» de la censura -que ya no viene de las jerarquías sino de las personas comunes a través de las redes sociales- y al papel del periodismo en ese contexto (en línea con aquella expresión de Tom Wolfe, radical chic, que aplicamos a la historia reciente argentina en este post de 2017)
-¿Cuál es la traición progresista?
-La traición progresista se registra cuando nuestra generación -y también la anterior- se da cuenta de que ya no se reconocen más en una izquierda que había estado a favor de la libertad de expresión y la emancipación de hombres y mujeres en todas partes del mundo, y había estado en contra de la censura y en contra de definir a una persona por su sexualidad o su color de piel. Esas generaciones se encuentran hoy con una nueva versión de la izquierda que está obsesionada con la raza y con las sexualidades.
Esto ocurre sobre todo en el terreno cultural. Por ejemplo, se pide a los actores que se interpreten prácticamente a sí mismos. En el terreno de la literatura, donde -como hemos visto en Estados Unidos con el caso Amanda Gorman- para la traducción de una obra se exige que la traductora sea poeta, negra y tenga las mismas características étnico-sexuales de la autora que se va a traducir porque si no no sería válido. Sus traductores, al holandés y al catalán, tuvieron la amarga experiencia de ser descalificados como traductores por su sexualidad y color de piel.
La traición progresista se refiere a esa batalla entre dos izquierdas, una izquierda universalista, anti totalitaria sobre todo en Europa y en América Latina, de ese progresismo que se jactaba de su apertura y flexibilidad, un poco libertario, que en los 80 celebraba la llegada de la democracia, la desnudez en las revistas, hablar de una manera poco solemne, y con malas palabras en los medios públicos, y la izquierda que hoy se ha convertido en la guardiana de lo que se puede decir y lo que no se puede decir, es la primera en censurar los medios y el arte, es la misma que busca imponer un lenguaje que llama inclusivo y le explica a la gente cómo tiene que hablar para estar del lado del bien. Eso es la traición progresista.
Es la lucha entre esa izquierda emancipadora y esta nueva izquierda que está centrada en las identidades, identity politics, privilegiando como prisma de lectura la raza, la religión y el sexo. El sujeto de esta izquierda ha cambiado, ya no es más el trabajador que ahora vota por [Donald] Trump en Estados Unidos o [Marine] Le Pen en Europa, y ha sido completamente abandonado por esta nueva izquierda sino las minorías étnico-sexuales que son la nueva clientela electoral de esta izquierda que ya no es universalista sino que es relativista en lo cultural y se lanza a cazar un micromachismo en Buenos Aires, París o Nueva York pero que hace la vista gorda en las formas más acabadas del machismo cuando se trata de religiones que resultan exóticas y obligan a la mujer a estar cubiertas como si fuesen una carpa.
-¿Qué vinculación tiene este progresismo -o esta degeneración de progresismo- que acabás de definir con conceptos como la cultura de la cancelación o ideología wok?
-Tienen mucho que ver. La manifestación de esta nueva izquierda tiene mucho de religiosa, vinculada a una versión del protestantismo. No olvidemos que todo este movimiento viene de las universidades elitistas estadounidenses que han retomado parte de la llamada french theory que es una corriente intelectual que nació en Francia con autores como Foucault, Derrida, Lacan y demás, y que fueron reprocesados en Estados Unidos y hoy regresan al resto de Occidente transformados con esta nueva tiranía del bien porque se parece mucho a la religión.
Es decir, hay tabúes muy claros, hay palabras que no se pueden decir, hay palabras que hay que decir. Hay gente que transgrede la regla y debe ser cancelada porque son herejes. Hay gente que tiene palabra autorizada y el lenguaje inclusivo expresa este dogma que busca dominar incluso el lenguaje apoyándose en todo lo simbólico. Este aspecto es muy importante porque su campo de batalla ya no son las fábricas ni los sectores rurales, sino que son la universidad, los medios y el arte militante subvencionado.
Funciona como una religión y eso se da muy claramente en la exclusión. No es un chiste esto de la cancelación porque hay gente que pierde el trabajo, que es socialmente asesinada y ocurre en todos los ámbitos. Le puede pasar al ingeniero de Google como James Damore; le puede pasar a la actriz de Mandalorian, Gina Carano; le puede pasar hasta J.K. Rollins, la madre de Harry Potter. No estamos hablando de transgresores del tipo peligroso nazi, estamos viviendo un neopuritarismo que utiliza la palabra fachismo para definir cada vez más cosas y amplía en nombre del bien eso que considera intolerable y funciona así como una religión.

-Y por ahí hay alguna otra obra circulando que plantea la idea de que la rebeldía ahora es de derecha, ¿vos qué pensás de eso?
-Me parece muy significativo, y es algo que se vio durante la campaña de Donald Trump, el desparpajo, la transgresión que era justamente una de los signos con el que se identificaba la gente de izquierda, que estaba clarísimo en los 80, parece estar ahora en la derecha. Es decir, el progresismo era el tipo desalineado, que decía malas palabras y hacía sonrojar a los censores, las instituciones, y los religiosos. En la radio, cuando escuchabas una mala palabra en la radio sabías ya cómo votaba esa persona. Hoy todo esto ha cambiado.
Como hoy la hegemonía cultural de izquierda es la que manda, la que crea las pautas de lo que se puede decir y lo que no se puede decir, entonces la transgresión se ha vuelto de derecha y extrema derecha. Me parece muy significativo el caso de Trump y su fuck your feelings durante la campaña. Es decir, me cago en tus sentimientos. Es como el tío borracho en la fiesta que va a decir las cosas inconvenientes y va a dar oxígeno a toda esa gente que viven culpabilizando de tener un privilegio cuando incluso cuando se trata de un trabajador que ha perdido su laburo porque lo han exportado al tercer mundo por una mano de obra más barata.
Uno de los rasgos distintivos de esta época es cómo funciona la censura y ahí está el gran cambio. Antes era el Estado, la Iglesia o una autoridad vertical la que decidía, vigilaba y castigaba. Hoy es horizontal, a través de las redes sociales y los medios, es el que está a tu mismo nivel el que te vigila, que te denuncia y pide tu exclusión.
-¿Qué relación podemos hacer respecto a este fenómeno que vos describiste en el libro con el papel del periodismo? ¿Cuál es el papel del periodismo en esa deformación del progresismo?
-Es un papel muy importante porque este giro de la izquierda tiene que ver con el desplome de la Unión Soviética que mostró el derrumbe de un modelo alternativo político, económico y de civilización. Eso hace que el nuevo campo de batalla pase a ser la cultura. Y esa izquierda se refugia en las universidades, el arte y la prensa.
La prensa, que es con la academia la que configura y administra el discurso de la realidad, de lo que se puede decir, lo que no se puede decir, y de cómo hay que decirlo, es predominantemente -por razones- sociológicas de izquierda. Las redacciones votan en general por candidatos de izquierda en Occidente. Esto más allá de quién dirija y los intereses del director del diario. Los podés ver, comprobar en diarios supuestamente conservadores cómo se vota ahí.
Y estos son los que crean el consenso de lo que es la real realidad y el problema es que ellos, estos periodistas, entre los que me incluyo, vivimos en un mundo donde, por lo general, todos son progres y tendemos a pensar que ese es el sentido común y que en lugares alejados piensan como nosotros pero como nuestro vecino piensa igual y como nos controlamos entre nosotros que nadie transgreda las pautas progresistas, reproducimos ese discurso que vendemos como el sentido común.
Entonces ayudamos a fabricar un consenso que después se revela falso cuando ganan tipos como Trump, cuando gana el Brexit, cuando pierden en Colombia los acuerdos de paz con las FARC y nadie lo vio venir, ¿por qué nadie lo vio venir? Porque estamos en esta burbuja, en esta cámara de eco como llaman los anglosajones al fenómeno en que solo nos escuchamos entre nosotros, y tendemos a pensar que esto que decimos es compartido por todos y el día que se vota nos damos cuenta de que no.
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