Fernando Iglesias es periodista, político y escritor. Fue diputado nacional por la Coalición Cívica entre 2007 y 2011, y desde 2017 lo es por el PRO, ambos partidos comparten hoy el frente Juntos por el Cambio, también integrado por la UCR y Encuentro Republicano Federal. Es un autor prolífico de libros políticos que revelan sus dos pasiones, el peronismo (o su desmitificación) y la globalización. A su entender, respectivamente, el problema y la solución.
El Medioevo Peronista y la llegada de la peste (Libros del Zorzal, 2020); El año que vivimos en peligro: Cómo sobrevivió el gobierno de Cambiemos al Club del Helicóptero (Margen Izquierdo, 2017); La Década Sakeada (2016); Es el peronismo, estúpido (Galerna, 2015); La cuestión Malvinas: crítica del nacionalismo argentino (Aguilar, 2012); Qué significa ser progresista en la Argentina del siglo XXI : ideas y propuestas para un progresismo con progreso (Sudamericana, 2009); La modernidad global: una revolución copernicana en los asuntos humanos (Sudamericana, 2011); Kirchner y yo : por qué no soy kirchnerista (Sudamericana, 2007); Globalizar la democracia : por un Parlamento Mundial (Manantial, 2006); ¿Qué significa hoy ser de izquierda? Reflexiones sobre la democracia en tiempos de globalización (Sudamericana, 2004); Twin Towers: el colapso de los estados nacionales (Bellatera, 2002); y República de la Tierra: Globalización, el fin de las Modernidades Nacionales (Colihue, 2000), son algunas de sus obras.
Actualmente, Iglesias es copresidente del Movimiento Federalista Mundial, director de la campaña por una Corte Penal Latinoamericana contra el Crimen Trasnacional Organizado, director de la cátedra de Integración Regional Altiero Spinelli -que homenajea a uno de los padres fundadores de la Unión Europea-, y director para las Américas de la campaña por una asamblea parlamentaria de las Naciones Unidas.
Así como no evita las controversias abiertas y públicas en Twitter, en el Congreso tampoco esquiva la presentación de proyectos de ley con propuestas de reformas que tocan temas que en la Argentina han sido tabú en los últimos 50 años (al menos): la creación de un registro nacional de desaparecidos, un régimen electoral para la democratización de los sindicatos y de auditoría de las obras sociales, y la implementación del sistema electoral de boleta única en todo el país, entre otros. En 2009, cuando integraba la Comisión de Libertad de Expresión de la Cámara de Diputados, fue una de las pocas voces abiertamente críticas con la ley de medios audiovisuales.
Nació en Avellaneda, uno de los más peronistas distritos del conurbano bonaerense -suele recuerdar su infancia en Piñeyro, al otro lado del Riachuelo-, donde trabajó en el frigorífico de su padre. Entre comunistas y peronistas se volvió trotskista y en su juventud integró el Partido Socialista de los Trabajadores. Eso y el vóley lo prepararon para la política, dice. Fue durante 20 años jugador y entrenador profesional de ese deporte, que lo llevó a vivir en Italia y España. Volvió en los 90 para estudiar -por su cuenta- el fenómeno de la globalización (y también periodismo en TEA). También es licenciado en Alto Rendimiento Deportivo por la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNLZ), donde fue profesor entre 2001 y 2006.
Iglesias pasó por Conversaciones Convergentes (ciclo de entrevistas que se emite por los canales Metro y UCLplay) para pausar por un rato la polémica y volver a aquella pasión que abrazó en los 90: la construcción de una democracia liberal global. Una república del Planeta Tierra.
-Empecemos por el principio, ¿Qué es el Movimiento Federalista Mundial?
-El Movimiento Federalista Mundial se fundó al final de la Segunda Guerra en Montreaux [Suiza]; en 2022 festejamos en Bruselas el 75 aniversario. Es un movimiento que se formó a partir de todos aquellos que habían sufrido los daños enormes que el nacionalismo había causado en el mundo y que veían la necesidad de avanzar hacia un planeta que, desde el punto de vista político, fuera una gran federación. Que cada país mantenga soberanía sobre los aspectos internos pero en las grandes decisiones externas tenga alguna forma de gobernanza colegiada, con criterio federal.
Y eso, que en su momento era muy visionario, tuvo una confirmación muy rápida en el sentido de que la tecnología y la economía nos han llevado a un mundo unificado donde aparecen grandes crisis globales que, como decimos siempre, no se pueden resolver a nivel nacional porque requieren soluciones globales. Creo que es uno de los temas principales de la agenda política del siglo XXI y el movimiento ha trabajado en eso con iniciativas muy fuertes e importantes. Logros a los que hemos contribuido de manera decisiva: que la Unión Europea no sea solamente un acuerdo comercial sino una entidad política con un parlamento y con rasgos cada vez más democráticos, y la creación de la Corte Penal Internacional, a nivel global.
-En un mundo en el que algunos dicen que empieza a surgir una disputa entre sociedades abiertas democráticas y autocracias cerradas, entre las que hay algunas que han logrado bienestar económico ¿Es posible un federalismo global?
-La pregunta es adecuada pero hay que mirarlo históricamente. Hay momentos de grandes avances, de estabilización y hasta de retroceso. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial el mundo dio una serie de pasos adelante. Se establecieron las Naciones Unidas, y la Comunidad Europea del Carbón, el Acero que hoy es la Unión Europea. Hubo avances en este sentido, y hubo algunos que no se lograron. Albert Einstein, que era uno de nuestros militantes, probablemente el más conocido, abogaba por una forma de gobierno mundial para controlar la bomba atómica, para que no hubiera proliferación nuclear y organizaba reuniones en su casa de Prieston con militantes para llevar adelante esas ideas.
Después vino el período de la Guerra Fría y todo se congeló. Con la caída del muro de Berlín hubo otra vez grandes iniciativas como la Corte Penal Internacional, la democratización de la Unión Europea y la elección directa del Parlamento Europeo, y la Organización Mundial de Comercio (OMC). En fin, toda una serie de iniciativas que llevaron al mundo hasta una forma de multilateralismo cada vez más acentuado que conocía como último fin una forma de federación.
Después hubo eventos desgraciados: el ataque terrorista contra las Torres Gemelas creó una polaridad entre el mundo árabe y Occidente, después vino la crisis económica del 2008 en donde los países del primer mundo volvieron para atrás políticamente y aparecieron formas de nacionalismo populistas muy cercanas a las ideas que llevaron a la Segunda Guerra Mundial. Todavía estábamos en eso cuando, últimamente, la guerra, la invasión rusa a Ucrania, volvió a poner sobre el tapete toda una serie de problemas.
Aunque no es fácil, las ideas están más vigentes que nunca, por ejemplo, el tema de la paz. Vuelven a estar sobre el tapete las ideas de que tiene que haber una forma de sanción a las agresiones internacionales y de que hay que desnuclearizar. Durante mucho tiempo nos vendieron que las armas nucleares eran una garantía de paz y hoy tenemos una guerra en la que uno de los estados dispone de armamento nuclear y aunque el riesgo de un ataque sea bajo, la consecuencia podría ser devastadora. Por lo tanto, me parece que toda esta agenda del multilateralismo, de la paz y el avance hacia una forma global de gobernanza federal y democrática vuelve a estar en la discusión.
-¿Hasta dónde empuja esa idea el desarrollo tecnológico? Y te lo simplifico: hasta dónde lo impulsa Internet, en tanto tecnología que, para funcionar, requiere que todas las partes coexistan y cooperen, sean autocracias o sean democracias.
-Esa es la mejor respuesta a los que dicen que viene la desglobalización. Se puede venir la desglobalización política pero va a tener consecuencias tremendas, como ya pasó. El comercio internacional era muy alto antes de la Primera Guerra Mundial y después vino la desglobalización política y las guerras y hoy enfrentamos algo parecido. Hay que regular Internet para que no esté en manos de un gobierno decidir si el flujo de información entra o no entra y esas reglas no pueden estar bajo control de un solo país, que es Estados Unidos.
Cuando empezó la idea de la unidad política mundial era, en lo político, surrealista y utópica porque las sociedades eran básicamente nacionales. Ahora es al revés. Hoy la sociedad es básicamente global y enfrenta problemas globales como el cambio climático, la regulación de los bienes comunes como Internet o el oxígeno, las grandes crisis globales, la necesidad de desnuclearización, las grandes migraciones, etc.
Necesitamos tomar decisiones a nivel global para solucionar estas crisis globales y se necesitan institucionales globales. Por lo tanto, esto es cada vez más necesario y, a la vez, el escenario político mundial es cada vez más complicado.
-Vos solés distinguir entre lo global y lo internacional ¿Cuál es la diferencia a la hora de esa coordinación federalista?
-Hay una campaña para crear una Asamblea Parlamentaria de Naciones Unidas en la que se traten estos temas, al menos de manera consultiva. Así fue como nacieron los parlamentos nacionales o el Parlamento Europeo, empezaron como asambleas consultivas y después van ganando poder.
Hay una cartulina, una postal muy linda que promueve esa asamblea que muestra dos imágenes del globo: el mundo como lo vemos, es decir, dividido en países con banderas y fronteras nacionales, y el mundo como es, sin esas fronteras, con los mares y ríos. La estructura anterior, de los estados nacionales, fue muy progresista y muy buena durante el período del industrialismo donde casi todos los fenómenos eran nacionales, fuesen económicos, culturales o sociales. Pero ya no.
Entonces esa es la diferencia entre lo internacional y lo global. Hoy esa estructura política no responde al mundo global y necesitamos ajustarla, necesitamos modificarla en un sentido en el que damos por descontado a nivel nacional.
Nosotros no discutimos en Argentina si el gobierno nacional tiene que ser federal y democrático pero a nivel global ya no. Si no vas hacia un sistema más federal y democrático global vas a un escenario como el que había en Argentina antes del establecimiento de un Gobierno federal y democrático donde los cordobeses, los porteños y los entrerrianos vivíamos persiguiéndonos en guerra uno con otros, cortándonos la cabeza y clavándonos en pica. Eso se superó en Argentina y en todo el mundo con sistemas federales y democráticos, es una tarea pendiente para el mundo y el tiempo no nos sobra.
-¿Hay que reformar las Naciones Unidas?
-Sí, sin duda. Las Naciones Unidas fueron creadas con un compromiso de reforma de su carta. Era una carta provisoria que respondía a la época y tenía que ser mejorada. Nació sobre la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, que todavía está incumplida porque nosotros hablamos de derechos humanos pero en realidad son derechos nacionales. Un chico que nace hoy en África no tiene los mismos derechos humanos que uno que nace en Alemania y, por lo tanto, no son derechos humanos, son derechos fuertemente condicionados por la nacionalidad.
Eso es contrario a la vieja historia de las revoluciones burguesas. Casi todas nuestras constituciones arrancan por decir que los derechos son independientes de las circunstancias del nacimiento y, sin embargo, vemos estas asimetrías.
Sí, las Naciones Unidas tienen que ser el núcleo de una gobernanza global más federal y democrática y yo creo que lo fundamental es ir creando una asamblea parlamentaria de Naciones Unidas que empiece a hacer recomendaciones. Por ejemplo, hay que renegociar el Tratado de París, estamos en Egipto pero no hay una voz de los ciudadanos del mundo, y para que la haya, lo más aproximado que tenemos son las representaciones parlamentarias. ¿Cómo es posible que no se reúnan los representantes de los pueblos del mundo a discutir qué debería hacer la reunión internacional de Egipto? Ahí tenés una diferencia entre lo global y lo internacional. Esa misma asamblea parlamentaria debería ser un órgano donde discutir la propia reforma de las Naciones Unidas.
-En los orígenes de la expresión globalifóbicos, la fobia contra la globalización parecía provenir de la izquierda, o de lo que llamamos políticos o partidos de izquierda. Hoy pareciera al revés, que en gran medida vienen de lo que llamamos derecha. Primero, ¿ese diagnóstico es más o menos correcto? y segundo, ¿Son categorías válidas izquierda y derecha y en todo caso no se terminan juntando, no terminan siendo parecidos?
-Es interesante. La izquierda y la derecha, las dos, nacen en la asamblea francesa entre quienes querían cambios más rápidos y más profundos, la izquierda, y quienes querían cambios más lentos y más paulatinos, la derecha. Y con esto quiero decir que esa distinción puede existir solamente en una institución democrática y republicana que es, justamente, el parlamento. Cuando no hay parlamento y cuando se trabaja para destruir las instituciones, vos no tenés ni izquierda ni derecha, sino que volvés al mundo anterior a la democracia, entendida en su sentido real, republicana liberal.
Por lo tanto, yo creo que esa distinción entre derechas e izquierdas es de estilo. En cambio, cuando vos estás en contra de la institucionalidad democrática y republicana del parlamento, de la alternancia en el gobierno, no sos de derecha ni de izquierda, sos populista.
Y a nivel mundial lo que vemos y lo dijo bien [John] Bolton, el asesor de Trump, cuando asumió: «esto es entre globalistas y patriotas». Yo le sacaría el término patriota porque yo también soy patriota en el sentido de que me importa mucho y trato de hacer mucho por mi país. Yo diría que esto es entre globalistas y nacionalistas.
El nacionalismo fue una ideología muy razonable en la época de la sociedad industrial. Si vos tenés trenes a vapor y producís en fábricas pequeñas que abastecen un mercado pequeño y nacional, el nacionalismo está muy bien, incluso fue una fuerza progresista. Hoy producimos para Internet, está Facebook, Apple, el mercado es global, y los grandes problemas son globales, y el nacionalismo está en contra.
El nacionalismo tiene plena legitimidad pero en los temas globales deberíamos construir elementos de negociación y de acuerdo entre todos los seres humanos y, hasta ahora, no hemos inventado nada mejor que las instituciones como los parlamentos, que necesitamos reconstituir a nivel global.
-Otro proyecto es la iniciativa a escala regional que es la Corte Penal Latinoamericana contra el Crimen Transnacional Organizado, Copla ¿Qué es eso?
-Es una campaña que estamos llevando adelante y de la que soy director. Hemos tenido muchos éxitos, está aprobada por unanimidad por la Cámara de Diputados, un proyecto del diputado [Mario] Negri y por la cámara de Senadores, proyecto de la entonces senadora Gabriela Michetti. Fue llevada por el presidente Mauricio Macri como propuesta a la Asamblea General de las Naciones Unidas. Y es muy simple.
El principal problema de América Latina es el crimen organizado. En Argentina estamos aterrados porque mueren alrededor de seis personas cada 100.000 habitantes por año en crímenes violentos; en Brasil, que es la mitad de Sudamérica, oscilamos entre 20 y 30, o sea entre 3 y 5 veces más; y en México, estamos también de 25 a 30. El crimen organizado es la principal amenaza a la democracia, los derechos humanos, la igualdad de género y las vidas.
-Estamos hablando de narcotráfico, de trata de personas…
-Narcotráfico, trata de personas, tráfico de armas y corrupción internacional. El caso Odebrecht, por ejemplo, impacta en toda la arquitectura política y democrática de la región, no hace falta decirlo. Son problemas que están adquiriendo una escala regional que no afectan a un solo país, afectan a todos los países y son protagonizados por organizaciones que, a veces, ni siquiera son bandas criminales. Odebrecht es una empresa pero tuvo un sistema de corrupción transnacional. Hoy todavía la información que maneja la justicia brasileña no está completamente a disposición de la justicia argentina porque las legislaciones son diferentes, y eso no puede pasar. Vos no podés combatir un fenómeno regional si no tenés instrumentos regionales. Si el fiscal que están en el conurbano de Buenos Aires ve que llegan narcotraficantes colombianos pero no tiene la información de la procuraduría de Colombia, entonces van a ganar los delincuentes.
La Corte apunta a crear un sistema en el que, en los casos en que las justicias nacionales, que muchas veces son cómplices, no juzgan a los responsables del crimen organizado, no quiere o no puede, se juzguen a nivel internacional por una Corte que no es tan fácil de amenazar ni de sobornar porque no es un juez de tu propio país, son jueces de todos los países latinoamericanos.
-¿Cómo funcionaría esa corte?
-Lo más importante, quizás, no es solamente la Corte, sino la creación de una red de fiscalías. Yo viví en Italia mucho tiempo y vi cómo bajó el índice de violencia con una propuesta del juez [Giovanni] Falcone, la Dirección Nacional Antimafia, que nosotros trajimos a la Argentina cuando Patricia Bullrich estaba en el Ministerio de Justicia.
¿Qué fue eso? Es una forma de coordinación de todas las fiscalías. El fiscal que estaba en Palermo, Sicilia, no tenía conexión con el que estaba en la Regio Calabria, y había que ponerlos en conexión a trabajar juntos e intercambiar información. El narcotráfico no se combate solamente con la fuerza de seguridad sino, sobre todo, con información sobre las complicidades y las redes.
Entonces, una gran conexión entre las fiscalías de toda América Latina es fundamental, y una Corte que juzgue pocos casos, cuatro o cinco por año. No hace falta una gran Corte, tiene que ser pequeña, con jueces de toda la región elegidos por los parlamentos con dos tercios y que tenga la función de juzgar en los casos en los que la justicia nacional, en vez de ser un agente de condena, sea un agente de impunidad. Ese sería el esquema y seguimos avanzando para tratar de hacer que esta sea una propuesta compartida por los gobiernos de toda la región.
-Como fue, en su momento, la creación de la Corte Interamericana de Derechos Humanos
-La Corte Interamericana de Derechos Humanos y la Corte Penal Internacional, con la diferencia de que la Corte Penal Internacional juzga delitos de lesa humanidad por el estatuto de Roma. En cambio, la Corte Penal Latinoamericana juzgaría según la Convención de Palermo, que es una convención de Naciones Unidas que define los crímenes transnacionales organizados y que ha sido ya firmada por todos los países de la región. Los que ya mencionamos: narcotráfico, trata de personas, tráfico de armas y soborno internacional . Los países que ya se han comprometido a una política de lucha contra el crimen organizado tienen que crear instituciones que lo persigan a nivel latinoamericano y esa es la campaña por la Copla.
-Poniendo ahora un paraguas sobre los temas que hemos venido hablando: el federalismo global y esta iniciativa de la Copla y yendo a las características de la Argentina como sociedad, de los ciudadanos y de los políticos, ¿Qué tan pro globalización, qué tan pro ese tipo de integración real sobre problemas reales somos los argentinos, son los políticos argentinos?
-Es raro, es muy contradictorio. Por un lado, hemos tenido, por ejemplo, en la Corte Penal Internacional a Silvia Fernández de Gurmendi [integrante desde 2010 y presidenta entre 2015 y 2018], a Luis Moreno Ocampo [fiscal general entre 2003 y 2012], y a Fabricio Guariglia [fiscal], es decir personalidades importantes en la construcción de la Corte y con un rol decisivo. Pero, por otro lado, hay mucha retórica también de integración latinoamericana, de Mercosur y ahí se ven pocos hechos concretos.
Lamentablemente, América Latina es uno de los continentes más nacionalistas que hay. Norteamérica ha tenido menos discursos sobre la integración porque tiene tres países. Nosotros hemos abundado en la fraternidad y tenemos como 20 países entonces ahí tenemos un problema. Nosotros tratamos de avanzar y nos parece que hay algunos temas fundamentales: reactivar el Mercosur, reactivar el acuerdo Unión Europea-Mercosur, ir hacia una moneda única argentino-brasileña, ojalá mercosureña, con un Banco Central que nos quite a los políticos argentinos el control de la maquinita y lo ponga en un lugar más confiable. Y yo estoy a favor de la integración de la Argentina en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE).
Ahí hay tres ejes fundamentales para el próximo gobierno: el acuerdo Unión Europea-Mercosur que te obliga a una agenda de modernización a 10 años que tenés que cumplir o cumplir; el acuerdo para una moneda única argentino-brasileña que te quita la expectativa inflacionaria pone esto a nivel de un acuerdo internacional; y el ingreso a la OCDE que incluye un acuerdo sobre transparencia en los procesos contra la corrupción que es fundamental. Ojalá que el próximo gobierno en sus primeros años sea capaz de avanzar en estos tres puntos.
-Estamos en una conversación positiva y propositiva, en una dirección y una expectativa que es la de la democratización global con un tipo de estructura, si se quiere, que es la federalista. ¿Qué pasa si el mundo en lugar de ir hacia una democracia global federal va hacia el camino opuesto, hacia una dictadura o una autocracia global?
-Es muy buena la pregunta y una objeción que siempre nos hacen. ¿Qué pasó con la Argentina y cómo era nuestro país antes de ser un país federal? ¿Éramos más pacíficos o estábamos en guerra permanente? ¿Qué pasó con Europa antes de la constitución de la Unión Europea? ¿Era más pacífica, más democrática o era el continente del genocidio, de Hitler y Mussolini? Es muy evidente que cuando se amplía la unidad política en general se avanza hacia un escenario mucho más pacífico y más democrático. Ha pasado con los Estados Unidos que son el primer gran país federal.
Hoy el control de los grandes asuntos globales está, y de los pequeños asuntos domésticos, está en manos de los estados nacionales. Eso es antidemocrático, hay que ir al federalismo. La recolección de la basura en la ciudad es del municipio y el cambio climático tiene que ser de una organización global internacional federal. Si vos analizás un poco los grandes dictaduras y las grandes guerras empezaron no por la integración, empezaron por el nacionalismo, con los Hitler y los Mussolini clamando un ataque externo. En Alemania era la conspiración judía y la sinarquía internacional, en la Rusia de Stalin era el enemigo capitalista. Esto no puede existir a nivel global, por el contrario.
La última respuesta a esa objeción es que nunca hubo una dictadura global que fuera parlamentaria y liderada por el Poder Judicial. El poder, que de por sí es el que tiende a ser autoritario, represivo y hasta genocida al interior y belicoso al exterior es el Poder Ejecutivo. El gran tema internacional de hoy que es el cambio climático está en manos de los Ejecutivos. Nosotros queremos todo lo contrario, no reforzar el aspecto Ejecutivo sino el parlamentario con una asamblea parlamentaria permanente de las Naciones Unidas, y el Judicial, con la Corte Penal Internacional.
Reforzar a escala global el parlamento y el Poder Judicial no va a tender hacia la acumulación del poder sino hacia el control del poder. Esta es la vieja teoría liberal. El gran teórico de la limitación del poder en la Constitución Argentina, Juan Bautista Alberdi, escribió un libro sobre estos temas -anticipadísimo para su tiempo- que se llamó El crimen de la guerra.
-Si uno mira todos tus libros porque además sos un gran escritor en calidad y cantidad, ve este tema de los que has estado conversando -la globalización, la inserción en ella y sus problemas-, y también encuentra los temas de diagnóstico interno que básicamente van por la descripción del populismo, en general, y del peronismo, en particular. ¿Cómo se conectan esos dos universos?
-Directamente. Ortega y Gasset tiene una frase genial y que se cumplió en la historia, decía: ‘España es el problema, Europa es la solución’. Uno ve lo que pasó en España desde su integración en la Unión Europea, en su momento a la Comunidad Económica Europea, en términos de democracia. Pocos años antes de la integración estuvo el Tejerazo, aquella amenaza de golpe de estado, y España era un país atrasado económicamente y sin infraestructura, hoy con todas las dificultades está muy claro.
En la época anterior a la integración mis tíos viajaban sistemáticamente a visitar sus aldeas natales en Galicia y eran los ricos del barrio, hoy van y son los pobres del barrio. Entonces yo creo que es lo que dice Ortega y Gasset: ‘Argentina es el problema, el mundo es la solución’. La gran tragedia que fue simultánea en Argentina, en el 45 tuvimos una oportunidad muy parecida a la que tenemos hoy, el mundo nos pedía que nos integráramos y nosotros erramos en todo, en vez de abrirnos nos cerramos, en vez de ir con los países democráticos empezamos a atraer a Mengele, a Priebke, y Eichman, es decir a los nazis a la Argentina, nos pusimos fuera del mundo y tuvimos un modelo de desarrollo mercado internista proteccionista.
No hay más que ver los resultados, los estamos pagando hoy. La solución a eso es justamente una Argentina abierta al mundo, desde el punto de vista político, comercial y cultural. La Argentina fue grande cuando se abrió al mundo, cuando fue cosmopolita en lo cultural. Borges decía: nuestra tradición es la de todo Occidente, y decía que los únicos verdaderos europeos éramos los argentinos porque los londinenses son ingleses, lo de Roma son italianos, etc. Europeos somos nosotros. La Argentina del futuro va a ser una Argentina cerrada y fracasada o una Argentina abierta, cosmopolita, integrada económicamente al mundo y que participe de las iniciativas a favor de un orden global más pacífico, más democrático, más federal y más humano.
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