Gonzalo Marull es dramaturgo y director de teatro. Es licenciado en Teatro por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC). Es autor, entre otras, de las obras teatrales Yo maté a Mozart y Reconstrucción de una ausencia, en las que aborda relaciones intrafamiliares truculentas. Además, es El Divisador de Series, en donde a través de una columna televisiva realiza un análisis integral y crítico sobre las distintas producciones que están disponibles en plataformas vía streaming.

En la segunda mitad de 2022 estuvo en TMT conversaciones, hoy Conversaciones Convergentes, ciclo de entrevistas que se transmite por los canales Metro y UCLplay.

-¿Qué es la dramaturgia y cómo se ejerce en tiempos digitales?

-La dramaturgia es un drama que principalmente viene del teatro pero también hoy está ingresando muchísimo en el campo audiovisual. Es un rol que no sólo tiene que ver con la escritura o la composición, por ejemplo, de una obra de teatro o, tal vez, hasta de un guion audiovisual, sino también con la persona que entiende cómo esa literatura va a llegar a la escena.

No es sólo componerlo como arte literario sino también entender los códigos de la escena para ver cómo esa literatura se puede volver cuerpo, se puede volver luz, se puede volver escenografía o se puede volver, en el caso del guion audiovisual, imagen y audio.

Es un arte precioso, complejo y que también necesita mucha generosidad porque uno no puede tener control de todo. Uno hace una literatura que después pasará por muchas otras personas y se transformará. Como autor, uno no tiene control como si escribiera un libro donde vos sabés que va a llegar al lector directamente esa palabra que lo va a transformar. Diría un gran guionista: es como una oruga que quiere ser mariposa. Ojalá llegue a ser mariposa, hay veces que no llega directamente. Por eso necesitás tener una amplia generosidad con respecto a tu propio trabajo.

-Hoy en este tiempo global, digital y de plataformas, da la impresión de que las series de ficción audiovisual se han convertido probablemente en el producto cultural más relevante, ¿Coincidís con eso, es la serie el género, el producto cultural más destacado de este tiempo?

-Sí, por lo menos por cómo funcionó a la hora de llegar a la gente durante el encierro de la pandemia. Es lo que la gente ha elegido. Estos años se desarrolló muchísimo lo que se denomina percepción serial, que va de la mano de la visualización de series y eso es diferente de la percepción simbólica, que está más vinculada al ritual del cine o el teatro. La percepción simbólica requiere el final. La percepción serial todo lo contrario, necesita que no termine.

Seguramente nosotros podemos recordar obras de teatro o películas que nos marcaron. Con las series nos pasa que queremos que no terminen nunca y necesitamos de la novedad. Por eso existe este término maratonear, el atracón serial.

No me gusta pensar en términos de buenos o malos sino simplemente de lo que está ocurriendo como fenómeno y me parece que trasladamos también esta idea de la percepción serial al universo de la tecnología, de buscar lo nuevo, de que lo que tenemos ya enseguida se renueve. Eso nos pasa en el campo audiovisual. Y la serie responde a esa necesidad de continuar; en la pandemia, cuando la gente necesitó llenar el tiempo, existía una angustia fuerte y la situación no era para nada buena, las series entraron y ganaron una posición muy fuerte.

-Hay algo con las series en cuanto a la necesidad de terminar de ver un conjunto de temporadas y capítulos y a la vez el deseo de que no se termine nunca de contar esa historia. Da la impresión de que hay un destino de frustración en eso.

-Es buenísima esa idea. La serie genera adicción en torno de un concepto dramatúrgico que es el del personaje. Como el personaje empieza a acompañarte en la vida, empieza a ser como un amigo o amiga, como una pareja, esa adicción hace que vos no quieras que se termine por que es como el final de una historia de amor o un vínculo de amistad.

Entonces si hay algo que provoca esa adicción y que hay que trabajar en la dramaturgia de las series es el concepto de personaje. En una película o una obra de teatro, uno ve un pequeño recorte que arranca y termina en un momento, y eso hace que uno se quede con mucha necesidad de entender cuál es la complejidad del personaje. En cambio, en la serie ese desarrollo es constante.

Hay series largas con 17 o más temporadas, como Grace’s Anatomy, y personas que han estado todos esos años acompañadas o acompañados por su protagonista, es casi una persona de la familia. Eso genera un vínculo que es muy poderoso que uno no quiere que termine. Por la percepción serial queremos seguir acompañado de este personaje.

-Vos estás en Córdoba, la segunda ciudad de la Argentina, las series tienen un carácter global, ¿cómo conviven las historias locales o qué oportunidad pueden tener las historias locales, los personajes locales del interior de un país como la Argentina, con esa demanda global de historias?

-Está muy bueno lo que decís porque nosotros, en todo el país, pero puedo hablar de los cordobeses, tenemos historias que son increíbles. Lo que a nosotros nos falta es industria. El problema que tenemos desde la base mínima de las y los guionistas hasta llegar a la realización, hemos crecido muchísimo en la parte técnica, pero nos está faltando la inversión. Entonces, al no terminar de conformar una industria, siempre empieza a flaquear todo lo que es lo propio.

Hay mucha gente que empieza a imitar conceptos. Por ejemplo, a mi los personajes nórdicos siempre me impactan porque son un témpano de hielo, como su climatología. Y ellos empiezan a desarrollarse cuando la BBC, que es tremendo canal con una configuración única en el mundo, empieza a hacerles remakes y a difundir sus series. Por eso, lo primero que necesitamos es una industria.

Nosotros hace algunos años hicimos La chica que limpia, la primera serie cordobesa que se vendió a México y que podría tener una versión en Estados Unidos. Pero es una sola, como una especie de delfín en medio de un mar infinito. Primero necesitamos la industria para poder producir, tenemos un polo audiovisual que invierte pero muy poquito, y después necesitamos difusión.

Por ahora, las historias que se cuentan acá no son las nuestras. No sé si a vos te pasa, pero yo también lo veo mucho en ciertos seriados que vienen de Buenos Aires en los que siempre hay algo del conurbano bonaerense, con contexto de marginalidad que se repite como temática mientras, me parece, hay muchísimas más historias, muy ricas también sobre nuestra cultura e identidad que están esperando ahí, latentes, a ser contadas.

-¿Cómo es tu proceso creativo, cuándo te sentás a escribir, de dónde vienen las historias, cómo las retenés para no perderlas cuando de golpe están esas iluminaciones, cuál es tu técnica?

-Tuve un maestro que decía: ‘yo tardo cuatro o cinco años en escribir una obra, pero frente al papel puedo llegar a estar 10 días’. Hay algo que yo denomino universo personal, que uno va entrenando y que tiene que ver con todo, tu educación, lo que observás, lo permeable que estás en tu día a día, lo que te gusta, lo que no te gusta, lo que te da miedo, lo que te perturba, lo que te da bronca. Todo eso, cuando vos encontrás algo que te entusiasma, termina en una obra. Y entusiasmar significa estar como en estado sagrado. Claro que, obviamente, yo siempre salgo con una libretita.

Cuando vos encontraste ese entusiasmo, ya lo estuviste escribiendo y por eso hay veces que vas al papel muy poco tiempo. Reconstrucción de una ausencia es una obra mía que se representó en Buenos Aires y que se interrumpió por la pandemia. Ahí recupero la historia de amistad que tuvo mi papá con Jorge Barón Bisa, hijo de Raúl Barón Bisa y Clotilde Sabattini, y toda la historia de esos personajes configura también una historia política y social de nuestro país [NdE: Barón Bisa, político cordobés, atacó a su esposa, Clotilde, intelectual y política, con ácido y luego se suicidó]. A esa historia la empecé a construir a partir del vínculo de mi papá con Jorge, a quien vi desde chico en la cotidianeidad. Hay un montón de cosas que están en tu universo personal, pero, repentinamente, un día vas al papel y la escritura termina siendo veloz.

Obviamente, hay otras personas que tienen otros métodos, se sientan todos los días a las 9 de la mañana a trabajar sobre la materialidad de la palabra. Mi método es más de contacto humano. Te vas a reír, yo no uso celular o trato de no usarlo para salir a la calle, no estar intermediado tecnológicamente, así puedo conectarme con todo lo que pasa. Es un poco eso.

Ahora en pandemia me dirás ¿no saliste, no hiciste nada? Mi mamá, como no me podía contactar sin celular, me escribía cartas, mi mamá tiene 70 y pico de años y mi papá también, me escribía cartas donde me contaba lo que le pasaba a ella y a mi papá en el encierro y obviamente fueron tres, cuatro meses de cartas. Entonces ese fue mi material, mi universo personal para poder construir una obra al interior de un encierro.

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