Sabrina Ajmechet es doctora en Historia, politóloga y profesora de Pensamiento Político en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fue elegida diputada nacional en 2021 por el frente Juntos por el Cambio.
A mediados de 2020 estuvo en Conversaciones Convergentes (por entonces, #TMTconversaciones), ciclo de entrevistas que se emite por las señales Metro, UCLplay y Canal E) para conversar sobre el liberalismo, la polarización política y el por entonces incipiente fenómeno de los libertarios. Sus respuestas tienen una vigencia extraordinaria a tres años de aquella charla.
-En Argentina tenemos un concepto de liberalismo asociado a lo económico y, además, se nos confunde en la historia con el conservadurismo así que medio que se nos mezclan a veces los términos. En ese contexto, ¿Qué significa ser liberal?
-Es una buena pregunta porque el liberalismo en la Argentina fue mucho más descripto por los opositores al liberalismo que por los que nos sentimos liberales y es absolutamente necesario hacer la división que vos hacés.
Hay diferencias bastante claras entre un liberalismo económico y un liberalismo político. Entonces para tratar de entender qué significa ser liberal, yo lo primero que tengo que decir es que hay muchas formas diferentes de ser liberal. Si nosotros vamos a nuestra historia, al siglo XIX, podemos pensar en el liberalismo de Sarmiento, Mitre y Roca y son apuestas diferentes sobre cómo tiene que ser el Estado y cómo tiene que intervenir la ciudadanía en el manejo de la política.
Voy a dejar de ser tan abstracta y voy a ser más específica. Hay algunos elementos claros del liberalismo político que son la figura del individuo, del ciudadano. O sea, no se entiende a la sociedad como el pueblo sino como ciudadanos individuales, con intereses que pueden ser y que son de hecho diferentes.
Entra también en un juego la palabra interés. El interés parece lleno de un sentido peyorativo cuando en realidad refiere a gustos y preferencias diferentes. Individuo, libertades y, sobre todo, libertades individuales, son las claves. Las libertades que tienen que ver con que yo pueda expresarme, la libertad de expresión, la libertad de palabra.
Otra cuestión muy asociada al liberalismo y que a veces se toma como una palabra complicada es la de la propiedad privada pero no estamos hablando de grandes riquezas acá, estamos hablando del derecho a tener un departamento, el derecho a que yo pueda decidir con mi plata qué es lo que hago.
Esas son las cuestiones constituyentes, el individuo, las libertades y la propiedad privada, las que hablan sobre el liberalismo. Y otra cosa que es fundamental: la división entre la esfera pública y la esfera privada.
Hay una forma de actuar diferente en el mundo público, en el mundo en el que yo interactúo con las personas que no conozco que dentro de mi casa, en mi hogar, con mi familia y ahí es donde con estos elementos nosotros tenemos por ejemplo diferentes apuestas en la historia Argentina.
Roca tenía un pensamiento que Perón resumió después: del trabajo a la casa y de la casa del trabajo. Lo que es que Perón lo pensaba diferente porque cuando había que movilizarse a la plaza todo era política, cuando había que ver cómo pensaba uno respecto a Perón o Evita, todo era política. Para Roca, en cambio, había un actuar de las personas íntimo que se tenía que preocupar por sus negocios, su familia, sus intereses más acuciantes, más cercanos y después estaba la clase política, aquellos que por alguna razón tenían una pulsión de servicio, de trabajar para el otro que esos sí eran los que todo el tiempo tenían que estar preocupados sobre lo que pasaba en la esfera pública. Esa es otra clara división del liberalismo, la existencia de una esfera privada que solo muy pocas veces en circunstancias muy particulares se topa con una esfera pública.
-Me parece que hoy hay un cierto «sentido común» que defiende el estatismo, el paternalismo de Estado, que acepta los controles, la invasión de esa esfera privada que vos mencionabas, que demanda protección como un niño chiquito pide protección a sus padres. Eso, creo, podría definirse como un sentido común predominante en nuestra sociedad argentina, el paternalismo estatista. Y ante eso, ¿hay un sentido común liberal? ¿puede haberlo en Argentina?
-Creo que puede haberlo y que hay que apostar a construirlo. Me parece que nosotros tenemos una herencia muy fuerte que es la herencia española, de la corona española, de la espada, de la cruz como todos elementos muy fuertes que constituyeron políticamente a lo que hoy es la Argentina desde el inicio mismo. Pero acá son preguntas muy concretas, se rompió la vereda de la calle en donde yo vivo. Tengo dos opciones: una opción la que más hacemos los argentinos es tratar de que el Estado, no importa si es el municipal o el que sea, me lo arregle sea el problema que sea. ¿Qué es lo que harían en otros lugares? Bueno, yo busco a mis vecinos que tienen el mismo problema porque compartimos la calle, entre todos tratamos de ver cómo conseguimos los elementos para arreglarla y donamos un poquito de nuestro tiempo para entre todos hacer reparar eso que está roto y hacer del lugar donde vivimos algo mejor.
Esto es un poquito una idealización claro pero es de hecho cómo funcionan las sociedades anglosajonas, que creen mucho más en tratar de solucionar los problemas entre los vecinos que en buscar a alguien que los arregle por ellos.
A mí me parece que lo que se da en Argentina en algunos lugares a nivel local es muy interesante porque sí existe mucho más el asociacionismo, esta idea de actuar con el otro en colaboración y no en oposición. El otro no es un enemigo, no importa que el otro piense diferente. El otro puede compartir conmigo un interés puntual.
Creo que los argentinos tenemos esa inteligencia práctica también. Lo que pasa que si uno es un niño y está pidiendo a sus padres que le solucionan todos los problemas hay un lugar de comodidad pero también hay un lugar de muy poca independencia porque el día que el padre no te puede solucionar el problema el problema seguirá ahí.
-En ese análisis, ¿Cómo ves este tiempo de redes sociales, de polarización, de crisis de liderazgos?
-Creo que antes de que estallara la pandemia, en el mundo del 2019, ya el liberalismo estaba seriamente amenazado. Con Trump en Estados Unidos y diversas experiencias en Europa, ya veíamos formas autoritarias de gobierno, veíamos muy poca tolerancia, veíamos políticas de identidad que se imponen sobre los derechos universales. La pandemia aceleró muchísimo eso.
Me parece que la crisis del liberalismo actual es solamente comparable con la crisis que tuvo el liberalismo en la época de entre guerras, entre la primera y la segunda guerras mundiales del siglo XX, momentos en donde surgieron liderazgos que todos nosotros conocemos como el de Mussolini o el de Hitler, que justamente se plantearon como padres, como salvadores.
El liberalismo no tiene liderazgos salvadores, el liderazgo en el liberalismo es el de una persona que es igual al resto y que durante un tiempo determinado está en un trabajo muy importante, no es el conductor que sabe interpretar lo que el pueblo necesita, es una persona que trabaja para mejorar las posibilidades de esa ciudadanía.
Es una persona que trabaja para tratar de darles la posibilidad de que busquen la felicidad, no les asegura la felicidad porque entiende que la felicidad es individual y que cada uno va a llegar a ella de formas diferentes. ¿Cómo estamos? Me parece que estamos en un momento ideal para pegar un giro muy fuerte, así como lo pegamos después de la Segunda Guerra Mundial y con las consecuencias estamos hoy en día con el mundo de la post pandemia para entender que es necesario cambiar. Si va a pasar o no, no lo sé, pero creo que es necesario.
–¿Es compatible ese liberalismo con la tradición, formación, pensamiento de las élites y la intelectualidad argentinas?
-En Argentina, eso que nosotros llamamos grieta en realidad refiere a dos ideas diferentes sobre el futuro. Hay argentinos que prefieren ese modelo de país de libertades y hay argentinos que me prefieren otro modelo. Uno es paternalista y otro es liberal, y el país está bastante partido al medio. Hace muchos años que esa tensión no se termina de resolver.
Lo que me parece muy interesante es ver qué pasaba cuando esa tensión no se expresaba así. Pienso en el pasado reciente, en los 80 con el alfonsinismo o en los 90 con el menemismo, para no ponerlo tampoco en un solo signo político. Hay momentos en los que la sociedad no parecía partida en dos. Hoy sí lo está y pareciera que solamente puede uno imponérsele a la otra tal vez por un tiempo o tal vez de forma definitiva.
Para salir de este embrollo y no seguir teniendo siempre los mismos problemas tenemos que dar soluciones diferentes y posiblemente encontremos que el que vota muy diferente a mí tiene intereses compartidos, tal vez a nivel local, tal vez en una escala más chiquita en el cual sí se puede construir cosas.
-¿El liberalismo supo aprovechar las redes sociales para difundir sus ideas entre los más jóvenes?
-Absolutamente, aunque lo marcaría muy bien por el lado de un liberalismo económico, no tanto en el liberalismo político. Veo muchas «viboritas» y me parece que es algo muy preocupante. A mi me parece que el Estado tiene que ser tan grande como sea necesario y, en todo caso, tenemos que buscar que se achique en la medida en la que menos gente dependa de ese Estado.
Hay que hacer que la palabra mercado no sea una mala palabra, eso es importante; pero no se puede dejar todo en manos del mercado y me parece que muchas veces a estos acercamientos les falta realmente tanto sensibilidad social, tanto entender a los que necesitan más y tienen menos como también me parece que le falta un poco de inteligencia porque no se dan cuenta que ellos también van a vivir mejor si viven en una sociedad más justa. No están pregonando eso, están pregonando a cada uno lo que cada uno hace o merece y no funciona así porque no van a poder ellos que hacen y merecen mucho, según ellos mismos, tener lo que tienen si viven en una sociedad que está todo el tiempo disputándoselo.
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