A los 88 años murió este miércoles 31 de julio Gerardo López Alonso. Fue periodista, profesor universitario y consultor de la industria editorial y la comunicación empresarial, especializado en análisis y edición de temas internacionales, principalmente desde el punto de vista político y económico.
Fue despedido con mucho afecto por estudiantes y colegas que lo conocieron en la intensa actividad universitaria que desarrolló en las últimas tres décadas donde sembró su impronta. Cientos de posteos en redes sociales dieron cuenta de esa admiración, son evidencia de sus cualidades profesionales y personales y quedan como legado para su hija Laura y su nieta Chloe.
López Alonso egresó del colegio Carlos Pellegrini, realizó estudios de economía y de ingeniería en la Universidad de Buenos Aires (UBA) entre 1956 y 1960. En 1971 asistió al curso de la Escuela Nacional de Guerra y en 1973 participó en Washington de un seminario de formación en las instituciones de Estados Unidos organizado por el Departamento de Estado de ese país. Tuvo encuentros similares en Alemania, Francia y Gran Bretaña.
Dedicó su vida a dos grandes pasiones: el periodismo y la docencia. En ambos campos fue un estudioso de los hechos y protagonistas de su tiempo y un entusiasta del futuro, al que siempre vio con optimismo.
“Bien o mal, lo que hoy puedo llamar mi formación es el resultado de una fusión o acaso una colisión, entre periodismo y docencia, dos oficios a los que vengo dedicando mi vida. Esa transversalidad de alguna manera explica mi interés por explorar el territorio de la información, su protagonismo en el mundo de hoy y sus carencias más o menos evidentes”, escribió el 2019 en una breves memorias publicadas por la revista académica Austral Comunicación.
Periodista profesional matrícula 3195 (según el registro obligatorio introducido por Juan Perón en el estatuto laboral de 1946), se incorporó a la redacción de La Prensa en 1956, cuando ese diario estaba en proceso de restitución a la familia Gainza Paz tras la expropiación peronista del 51 y ya no lograba lidiar con un potente competidor emergente: Clarín, de Roberto Noble. Allí empezó escribiendo avisos fúnebres, fue cronista y llegó a conducir la sección económica.
La década que pasó en La Prensa fueron “años de ejercicio de una curiosidad sin límites, (…) el rasgo esencial que identifica a un periodista”, decía y citaba para resumirlo una frase del periodista Bernardo Ezequiel Koremblit (fallecido en 2010): “Me interesa una sola cosa: todo”.
En 1967 dejó el diario y se fue a Primera Plana, news magazine fundada en 1962 por Jacobo Timerman y Victorio Dalle Nogare al estilo de la estadounidense Time o de la francesa Le Monde. Allí compartió redacción con Ramiro de Casasbellas, Tomás Eloy Martínez, Aída Bortnik, Ernesto Schoo, Hugo Gambini, Menchi Sábat y Roberto Aizcorbe (fallecido en junio de este año).
En 1969, junto a otros colegas fundó la revista Mercado, de la que fue secretario de redacción, director y luego propietario hasta su venta en 1993, cuando dejó de ejercer diariamente el periodismo para dedicarse principalmente a la docencia universitaria y la consultoría.
La etapa de consolidación de la revista Mercado (1983-1993) le permitió viajar por casi todo el mundo: América, desde Canadá a Tierra del Fuego, Europa Occidental y el Magreb. La Unión Soviética, incluida Siberia, China -en 1980, en pleno ascenso de Deng Xiaoping-, Japón, la India, gran parte de África, el Sáhara Occidental. En Medio Oriente, Siria, Yemen, Israel, el Líbano, Jordania. En Europa Oriental: Hungría, Polonia, Bulgaria, Checoslovaquia y la entonces Alemania Oriental, donde cruzó varias veces el muro de Berlín. Estuvo en Nueva Zelanda y Turquía, y visitó varias islas, Hawaii y Rapa Nui (Pascua) en el Pacífico; Jamaica, las Bahamas, las Canarias y las Malvinas, en el Atlántico. Cumplió su deseo de visitar la Antártida.
Como ya se ve, priorizaba los lugares exóticos para el turista común pero atractivos para el observador de la actualidad en diversos campos: la política y la economía mundiales y los fenómenos científicos y tecnológicos. Las anécdotas sobre esas experiencias de viaje alimentaban sus clases con detalles increíbles.
En el artículo publicado por Austral Comunicación destacó que en un viaje a Praga intercambió impresiones durante horas sobre el rabí Loew (el Judá León de Borges), la Cábala y el Golem, temas que siempre le apasionaron.
Pasó por varios medios, la agencia Beta Press, de Madrid, fundada por Jaime Campmany; el diario El Cronista; y la revista El Arca, cuyo mecenas era La Caja de Ahorro y Seguro. Avanzados los 90, fue director de la revista de negocios IDEA, editada por el Instituto para el Desarrollo Empresarial de Argentina (IDEA).
Fue consultor de los diarios El Territorio (Posadas) y el Siglo XXI (Tucumán), y junto a graduados y estudiantes también creó López Alonso Editores, una empresa de edición de revistas institucionales y empresariales. Fue ombudsman de MedioMundo, revista profesional de comunicación de la Universidad Austral, donde señalaba aspectos editoriales y lingüísticos con columnas que llevaban títulos como Parece una revista, o Por qué Mediomundo será siempre una mala revista. En los últimos años, mientras su salud se lo permitió, publicó algunos artículos sobre asuntos internacionales en Infobae y La Nación, y en la revista católica Criterio, y era consultado por medios del país y el exterior. Además de su huella en miles de estudiantes, dejó cientos de artículos y tres libros.
Según contó el mismo al enumerar las fuentes de su primer libro, tenía 10 años cuando Juan Domingo Perón asumió su primera presidencia y 19 cuando cayó, alguna vez se cruzó al presidente Ramón Castillo en la plaza de Mayo y como periodista siguió muy de cerca los acontecimientos de la siempre movida historia Argentina apenas ingresó en La Prensa. De aquellas lejanas memorias y del seguimiento profesional de la información empezó a tomar notas en 1975.
De manera ordenada, simple y contextualizada, toda esa complejidad nacional fue volcada en su libro 1930-1980, Cincuenta años de historia argentina, una cronología básica, publicado por la Editorial de Belgrano y reeditado varias veces. Parafraseando a Mario Vargas Llosa, que se lo preguntaba sobre su país, el Perú, si indagáramos “en qué momento se jodió la Argentina”, la respuesta casi con seguridad está en este libro de López Alonso, cuyo contenido sigue plenamente vigente.

“Esta cronología comienza y termina en ‘tiempos difíciles’. Tal vez sea casual esta simetría o tal vez responda a causas profundas. Pero, acaso, no sea sino una especie de ilusión óptica, en virtud de la cual, para todos los hombres siempre son difíciles los tiempos en que les toca vivir”, escribió en el prólogo de aquel libro. Puede decirse que, como docente, Gerardo preparó a sus estudiantes para vivir esos “tiempos difíciles” en el lugar y el momento que les tocase. Fue un optimista sin ingenuidades.
Por su tarea periodística con foco en la economía y la política conoció a muchísimos protagonistas de su tiempo, de Alfredo Palacios -primer legislador socialista de América que vivía en una casa llena de libros-, Djalmar Schacht –“zar” de las finanzas de Hitler en el Tercer Reich- y Raúl Prebisch -economista autor de la teoría del deterioro de los términos de intercambio-, a Robert Oppenheimer -físico considerado padre de la bomba atómica-, Mijaíl Gorbachov -el último líder de la Unión Soviética-, Ferdinand Marcos -hombre fuerte de las Filipinas durante dos décadas-, Henry Kissinger -diplomático fallecido este año a los 100 años- o Alvin Toffler -el creador de conceptos como la Tercera Ola-.
En 1971, López Alonso se inició en la docencia en el legendario semillero de periodistas del Instituto Grafotécnico, fundado en 1934 como parte de la obra impulsada por el cardenal Andrés Ferrari. El mismo 1971 publicó su primer libro, Política Editorial, Breve Ensayo. Fue docente en las universidades Kennedy (1974-1975), Palermo (1993) y Belgrano (1994-1995); en esta última dirigió la carrera de Periodismo. Entre 2000 y 2003, fue profesor en el Instituto Nacional de Derecho Aeronáutico y Espacial (INDAE), de la Fuerza Aérea Argentina, y entre 2010 y 2011 fue key speaker en UADE Business School.
En 1994 se convirtió en profesor de la Universidad Austral (UA), donde se volvió referente del periodismo internacional y la estructura económica de los medios dando clases a alumnos de grado y posgrado. Allí fue uno de los primeros docentes de la Facultad de Comunicación (entonces llamada de Ciencias de la Información, FCI), que funcionaba en el edificio que había sido de la fábrica de los cuadernos Éxito y Gloria, en Juan de Garay 125, San Telmo. En su oficina de ese edificio, en los 90, se destacaba en su escritorio un cartel que daba la bienvenida: Tempus breve est.
En la Facultad de Comunicación de la Austral, donde fue vicedecano durante cinco años, siguió enseñando hasta 2021, ya como profesor emérito. Tuvo a cargo las cátedras de Estructura de la Información Periodística, Análisis de la Información Internacional, y Gestión de Empresas Informativas. En esa casa, también fue director de la Maestría en Gestión de la Comunicación de las Organizaciones (MGCO) y docente de la Maestría en Gestión de Contenidos (MGC), entre otros programas de posgrado. Algunos, en el IAE Business School, escuela de negocios de la misma universidad.
Como destacó Damián Fernández Pedemonte, ex decano de la Austral, al recordarlo, “por su conocimiento de las empresas desde adentro, se especializó también en la relación de la comunicación con el management”. Una pequeña parte de todo ese conocimiento y experiencia quedó en el libro Empresa y medios: un enfoque pragmático, claves de una relación compleja, editado en 2001 en la colección Cuadernos Australes de Comunicación.

Fue uno de los primeros en mapear las industrias de la comunicación en la Argentina y abordar el fenómeno de la convergencia entre empresas de medios y telecomunicaciones que desde mediados de los 90 sacudió los mercados con fusiones y adquisiciones a partir de las desregulaciones introducidas en esa época en los Estados Unidos y Europa. De la misma manera observó tempranamente la transformación de la profesión periodística (el “periodista-empresa”, la radicalización y el corrimiento a la transgresión, son algunos de los subtítulos de su último libro). En sus biografías, se definía a sí mismo como “periodista profesional”, subrayando este último aspecto.
Sin embargo, tenía claro tanto en el periodismo como en la historia, el problema está en los hechos. «Salvo excepciones, la principal dificultad son los hechos mismos. Casi nunca son lo bastante claros, ni se los puede discernir con absoluta nitidez. Toda búsqueda, evaluación, priorización y enumeración de hechos está referida a una cierta óptica interpretativa, de donde se desprende que hechos e interpretaciones están inexorablemente unidos», escribió en 1982. Pero también aclaró allí que para el cronista es importante realizar su tarea de manera equidistante y ecuánime, sine ira et studio, es decir, sin cólera ni favor.
Había desarrollado un método para lidiar con el exceso de información que Herbert Simon ya había identificado como principal enemigo de la atención en los 60 y 70: recortaba y tomaba notas breves sobre episodios de la actualidad, los organizaba cronológicamente, les encontraba sentido y las compartía. Así escribió su “cronología básica” de 1930 a 1980, y así también ofrecía material de estudio para sus materias en los 90 y 2000. Era quirúrgico con los detalles clave capaces de describir por sí solos asuntos complejos.
El crecimiento exponencial de la información y el conocimiento le resultaba apasionante. “Tomando como punto de partida el nacimiento de Cristo, se constata que ese conocimiento se duplicó hacia 1750, volvió a hacerlo alrededor de 1990, en 1995 se duplicaba cada 5 años, y en 2020 lo hará cada 73 días. Dicho con otras palabras, un graduado universitario actual, deberá estudiar durante su vida profesional el equivalente a cinco carreras… cuatro de las cuales todavía no tienen nombre”, escribió en 2019, en las breves memorias publicadas en Austral Comunicación.
Disfrutaba de las conversaciones en las comidas o, por los menos, con un café de por medio. En 2016 festejó sus 80 años con un grupo grande de amigos, colegas y ex alumnos. Para esa época tenía presente el título de un libro de Ramón y Cajal, El mundo visto a los 80 años. «Los hombres cumplimos años, las mujeres no», arrancaba el mail de invitación. Estaba en plenitud y así seguiría hasta después de la pandemia, período en el que siguió en contacto con los alumnos con clases on line.
Sus características como persona fueron resumidas extraordinariamente por el secretario académico de Comunicación en la Austral, Esteban Pittaro: “Hombre de cultura y lectura, amante de la ópera, sonrisa pícara, humor culto y sencillo, mirada tierna, fue profesor y amigo de sus alumnos y graduados, por los que sentía genuino y auténtico orgullo. Maestro de maestros, introdujo a la docencia y acompañó el crecimiento y formación de una parte importante del claustro docente actual de la Facultad de Comunicación [de la Austral]. A todos, con pequeños y a veces imperceptibles gestos, con el ejemplo, los hacía partícipe de su siempre generosa amistad, y de sus grandes alegrías: el crecimiento y desarrollo de su hija Laura, y últimamente, la luz de sus ojos, su nieta”.
Enorme persona y gran intelectual, Gerardo López Alonso fue un cronista de dos siglos.
Hacé tu comentario